El viento entibiaba los maizales y el cielo se partía en miles de pedazos con formas de nubes violetas. Era silencio de “domingo temprano”, apenas cortado por truenos vigorosos, producto de las combustiones estomacales de Juan Yupanqui, él, contemplaba la naturaleza con incredulidad...le costaba aceptar ser parte de una creación Divina. Con las manos entrelazadas bajo su cabeza, respiraba profundamente la libertad de respirar. Sus ojos rebosaban satisfacción y su boca amplia decía caricias.
- ¡Sooo....Rosario, Soo!!...¡te estás durmiendo!
Era su voz, simplemente su voz, y la indiferencia de Rosario acurrucada sobre la tierra seca, con su cabeza entibiando el inmenso estómago de Juan. El le cepillaba el pelaje animal, con sus dedos callosos y morenos; una , dos, tres caricias y volver a soñar .
- ¡Rosario!, tu no habías nacido, cuando yo corría sobre las piedras de la fortaleza;.... una vez me resbalé y caí sobre pasto crecido....de cara al sol, ¡creo que fue allí cuando lo descubrí! , me quedé horas contemplándolo con los ojos cerrados. ¡Claro, es Dios y nadie lo puede ver con nitidez!.
- ¡Rosario!...dormí, yo te cuido. ¡Si pudiese volver a ser niño!, ..aunque me falte la
leche, aunque me falten juguetes ...¡pero que importaría todo eso!, sí yo pudiera recuperar a mi padre y a mis hermanos......recuerdo a Felipe y Manuel, ¿porqué se habrán ido? ¡Acaso se olvidaron de nuestros juegos! ¡Sí fueron ellos los que me enseñaron a querer!. Fue Felipe el que me llevó de la mano al corral, yo tenía unos pocos años, y él me dijo, “ya eres grande, ¿haber como te las arreglas con la Teresita?”
....Y quedé solo frente a ella; la cabrita no hacía más que agacharse a recoger alfalfa para dormirla en la boca… sus gestos eran los de una quinceañera malcriada e indiferente. Le silbé una cueca para entusiasmarla, y así …de a poquito, logré entreverarle la mirada,…¡me volví loco!, …¡Qué linda putita!.
A un rincón arrojé mi infancia y mi pantalón azul, luego me acerqué decididamente, para no dejar escapar la oportunidad. Con mis brazos en pinza atrapé sus costillas y me hundí profundamente en ella, oliendo y mordiendo su piel aceitosa...
¡Pero bueno, ahora te tengo a ti!...siempre y cuando el patroncito no nos separe.
¡Dormí Rosario!, ¡dormí!, no escuches mis estupideces.
La tarde pasó al atardecer, el atardecer a la noche, y Juan seguía tendido aprovechando el veinticuatro de diciembre. Pensó en la pequeñez de las hormigas; en los insectos y en el canto de las aves migrantes.... contempló las verdes ortigas, como al preciado tesoro de esa tierra estéril.
- ¡Por suerte te tengo a ti! (le susurró en la oreja, y como si recién la descubriese, calentó sus manos en las tetas de Rosario), lenta y parsimoniosamente, Rosario respondió con su mirada de vaca pastando.
- ¡Mi linda cabrita!, ¡si eres lo único que tengo!
Rosario no decía nada, aunque en su respiración se escuchase la lujuria . (Juan era vaqueano y la montaba muy bien, nunca recibía reproches, y aunque él no lo supiera, trataba a su pareja, como si ésta fuera la joya del harén).
Tanta animalidad terminó por derrotarlo; se lo vio dormido en un campo ondulado, en un verano montañoso, descansando su satisfacción, y seguramente soñando con Felipe y Manuel...con las cosas que habrían contado en las cartas que nunca mandaron. Los grandes edificios, los cines, las rubias, la música y las propinas de los bares.
Se hubiese dormido por siglos, de no ser por el hambre y el olor a asado.
Sintió necesidad de comer para seguir amando, ¡Despiértate! le dijo ansiosamente a Rosario,... pero ella no estaba allí; apenas quedaba la silueta de su cuerpo dibujada en el suelo.
- ¡Rosarioo!, ¡Rosariooo! (gritó sobresaltado), ¡estás hembras hijas de puta!, ¿ se habrá ido a pasear?....¿como va a hacer con los cuatreros y el hambre que andan sueltos?
Se puso de pie sobre su desprolijo metro con cincuenta centímetros, y se vistió para ir a buscarla.
- ¡Animal!. ¿ a donde habrá ido? (reflexionaba en voz alta), ¡para eso la cuido!
recorrió las ondulaciones olfateando a su amor, con su machete se hizo camino cortando la oscuridad.
De lejos llegaban aullidos de fiesta pastoril, se detuvo a escucharlos, comprobó la dirección del viento y caminó haciéndole frente. De apoco fue percibiendo la alegría del pobre, las borracheras con chicha, y el chisporrotear de una fogata que iluminaba a los integrantes de una familia satisfecha con carne.
Se les acercó con temor.
- ¡tal vez ellos la habrán visto!...¡Dios mío! (decía Juan con devoción religiosa)
- ¡Ave María Purísima! (recitó un anciano momificado).
Juan no contestó y se limitó a observar la ronda, ..viejos y niños satisfechos..., miradas cándidas desbordantes de privaciones, caras redondas, bocas repletas, labios encerados por la grasa del animal sacrificado, ¡cabra de las montañas! . Animal, en el que los ojos de Juan se paralizaron para recomponerle los pedazos ausentes ...las costillas, una, dos...el cuello...la cabeza..¡ sí, la cabeza!, los ojos marrones, deshinchados y opacos....su piel suave colgando en un alambre....piel de hembra...¡moscas de mierda!
Juan bajó la vista, descansando la tristeza sobre los hombros; apretando el machete gritó con desconsuelo irreversible....¡Rosarioooo!!!
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