I
NOSOTROS Y LOS OTROS
Algunos de mis recuerdos del Barrio de Trinidad, olían a agua estancada.
...Tal vez a causa de mis fluidos cerebrales, o a los líquidos vertidos desde la curtiembre de David Salomín. Recuerdo la arboleda de aquel país despoblado ... silenciosos y desnudos ejemplares que mezclaban su frondosidad con las nubes del cielo.
¿Como olvidar el sol que bañaba las espaldas de los pecaminosos creyentes?..., almas aceitosas, apretadas como sardinas dentro del tinglado del templo evangélico.
No existía calma tan honda, ¡las piedras dormían! ...en ese lugar jugábamos hasta que las sombras de la noche nos obligaban a volver....Yo tenía entre cuatro y ocho años, pertenecía a una familia de epopeyas e interminables metros de corredor yeré, allí en esa tierra de elegancia austera, donde el tiempo pasaba suave e imperceptiblemente, aprendimos a convivir con viajantes, nómadas, o talvez simplemente gente extraviada, una nueva clase de personas cuyos modales los ponían para siempre fuera de las preferencias de nuestra familia.
Esta casta, era el resultado del calor y la soledad experimentados por los jesuitas y sus indias. Nadie los terminaba de asimilar por completo. Los gringos, -(hijos de rubias hienas y mosquitos suburbanos)- quienes, a nosotros nos llamaban los paraguayos, a ellos los llamaban “los desalmados”, por no creerlos capaces de trascender más allá del entorno terrenal. Nosotros, simplemente les llamábamos “los extraviados”. Sus padres eran de clase incierta; sus madres, hembras nutricias con intensos olores a plantas medicinales. Yo era muy pequeño para comprender lo solitarias que esas mujeres debieron sentirse.
LOS EXTRAVIADOS
Los viajantes extraviados constituían nuestra extendida clase pobre. Se las ingeniaban para vivir, sin necesidad de alimentarse cotidianamente.
Esas personas de pensamientos ausentes, estaban ansiosas de aprovechar cualquier oportunidad para abandonarse a la suerte y viajar sin rumbo. Seguramente alguien podría aceptarlos, o por lo menos creer que sus acentos carnívoros no eran de temer. Sin embargo, mientras estuvieran habitando algunas de las colinas de Asunción, se las rebuscaban para comerciar las naranjas que traían los trenes desde la cordillera.
El expreso que marchaba durante horas cruzando terrenos vírgenes, hacía escala frente a mi casa, en Trinidad . Allí limpiaban los boogies, mientras que los fatigados pasajeros bajaban del tren para disfrutar de butifarras y tereré.
En ocasiones, se podía escuchar las locomotoras a vapor, silbando melodías, esperando que algún día alguien reconociese sus esfuerzos. El musical ritmo de las máquinas, inspiraba a los extraviados, quienes orinaban armónicamente contra las paredes de la estación, carcomiendo la pintura a la cal.
El aspecto altivo de los orinadores me fascinaba; sentía atracción por sus pieles café con leche y sus melenas en forma de pan cañón.
II
Una vez y con cierta pompa, mi padre anunció que mi hermano menor y yo tendríamos una niñera “extraviada”, llamada Señorita Faustina. Decían que había tenido un esposo, que nunca fue su esposo,... un maquinista que había muerto por su débil corazón y por la impetuosidad de los dieciséis años de Faustina. Ella no disponía de ingresos ni hogar, pero en cambio ostentaba ojos amarillos y piel coralina.
Cuando mi padre se topó con la Señorita Faustina, se conmiseró de ella y le ofreció un empleo con nosotros; esto era un poco extraño, ya que hasta ahora nos las habíamos arreglado muy bien sin una niñera en nuestras vidas. En un principio mi madre y mi abuela se mostraron reticentes, pero al final hicieron una concesión ante lo que consideraron el blando corazón de mi padre, quien prestó especial atención a Faustina, llegando al punto de llevarla a su cama los períodos que mi madre y abuela Cornelia viajaban a Arroyos y Esteros.
Para entonces mi padre, Francisco, Felix, Teodoro Valdovinos, ya era Director de Finanzas del Ministerio de Asuntos Económicos. Era muy amable y de hablar suave, sin posturas presumidas tras su uniforme almidonado. Sus dos cualidades más notables, tanto en casa como en el trabajo, eran su compasión y el ser muy distraído.
III
En respuesta a la sociabilidad de Francisco, Felix, Teodoro, mi madre había adquirido el hábito de descolgar el teléfono a mitad de la noche, con el objeto de dormir sin interrupciones. De todas formas, no faltaba alguien que golpease la puerta. Entreabriéndola un poco, se podía ver el rostro preocupado y suplicante de alguna dama angustiada por no poder conciliar el sueño. Papá siempre aceptaba estas solicitudes de media noche, y al paso del tiempo, creo que muchas personas del barrio y alrededores, llegaron a sentir que tenerlo a su lado, y que les tomara de las manos al sentarse en su lecho, era suficiente para bajarles la temperatura.
Él mismo, creía intensamente en estas medidas (como yo creo en ellas ahora). Tenía una mirada absorbente que estaba llena de pasión “Cerrista”. Era un atributo natural, y no existía ni la más remota duda, que él hubiera cultivado modales para estar junto a sus prójimos.
De modo que no fue una sorpresa para mi madre, que Francisco Felix, se apiadara de la señorita Faustina. La única exigencia para ella, fue que no comiera el dulce de guayaba en cascos que tanto mezquinaba mi abuela, ni que cocinase con grasa de chancho. Además se esperaba que la niñera, que prácticamente no tenía nada que hacer con dos niños, ayudaría con la cocina y a alimentar el pavo navideño, dándole de beber licor de naranja. Abuela se encargaría de degollar al ave, y Faustina recogería la sangre aromática para hervirla con frutas abrillantadas. Hasta hoy, creo que el respeto que infundía Cornelia, mucho tenía que ver con su maestría para matar el pavo.
----- * -----
“La Prometida” -(nuestra gran casa colonial portuguesa)-, tenía gusto a salsa de tamarindo y aires del sudeste asiático; en sus orígenes había sido instalada con habitaciones separadas para los sirvientes, las que nosotros conocíamos como el “palomar”. Poco tiempo después, la señorita Faustina se unió a los empleados que ya la habitaban. Recuerdo a mi abuela justificar su silencio diciendo....”es el trinar de los pájaros el que enmudece a los niños del palomar” .
Faustina se sintió agradecida por ser incorporada a nuestros juegos. Estabamos acostumbrados a las persecuciones solitarias, entre las sábanas que se secaban al sol. Ahora que éramos tres, formamos de inmediato un trío, que sin saberlo, se debatía en la duda, de disfrutar los rutinarios juegos infantiles, o las largas piernas de la joven viuda.
---- * -----
No pasó mucho tiempo para que la señorita Faustina nos sorprendiera con un novio. Su nombre era señor Florencio Gomez... (la puta que lo parió). Era un criollo que no tenía ningún trabajo ni medios evidentes para mantenerse, solo tenía a nuestra señorita.
Florencio Gomez, se presentó de mañana temprano, mi abuela le recibió sentada en su mecedora, sin dejarle trasponer el umbral de la puerta... no tendría más de cuarenta años, ni menos de cincuenta, apenas algunas arrugas que rasgaban sus ojos, y suficiente altura para disimular su calvicie. Según escuché de mi abuela, Gomez miraba a los ojos sin disimulo, con algo parecido a lo irreverente o a una adolescencia inconclusa.
Las familias evangelizadas como la nuestra, no sabíamos de amores indecentes. Mi abuela y mi madre comenzaron a desconfiar de la pareja. Mi padre respiró profundo, y consideró que no valía la pena siquiera discutir el asunto; pero mi hermano de diez años y yo, en un principio nos sentimos abandonados por Faustina, aunque luego fuimos encantados por este hombre, a quien empezamos a llamar “padrino”; él nos explicó, como se ve la tierra desde la luna, y qué se siente, al pedalear en el espacio oscuro, fresco y silencioso, en viaje rumbo a Plutón.
IV
El padrino no podía ocultar su condición de artista, sus manos moldeaban el aire y las piedras; esculpía el palo santo, como si fuese chocolate derretido entre los dedos.Tenía la especialidad de encontrar rasgos increíblemente dulces, en rostros amargos. En la casa quedaron dos bustos identificables con las facciones de las señoras. Ellas, de pronto comenzaron a tratar al padrino con amabilidad y tolerancia, encantadas por el sonido de su clarinete. Pero sobre todo, el padrino hablaba “aterciopeladamente”... como si estuviese cantando boleros... era un gran hipnotizador. Se sentaba cada noche con una copa de caña en la mano y nos recreaba sus largas y desesperadas caminatas. Ojalá pudiera recordar los detalles, solo recuerdo su convicción.
Él podía hacer cualquier cosa, desde meternos en el cine sin pagar entrada, hasta hacernos entender las diferencias entre los insectos machos y hembras. (Hoy en día ni siquiera puedo pensar en mujeres, sin tenerlo presente). Nunca le faltó tiempo para nosotros, sin embargo, este mago desaparecía por completo durante largos períodos. Nadie parecía saber a donde iba o cuando regresaría; más tarde, los mayores ...///
...///
descubrieron que el padrino estaba organizando una logia. Después de uno de estos viajes, cuando supimos de sus asuntos, le preguntamos que era un “masonero”. “Masón “ respondió, es una persona que acumula respetabilidad, es alguien que cree en la igualdad y la fraternidad. Entonces, le pregunté si el era uno de esos .
- Mi principal característica es ser un *ateo fornicador (respondió).
Esto no nos molestó, hasta que nos explicó que un ateo es una persona que no cree en Dios... Nos sentimos ofendidos. ¿No creer en la virgen de Caacupé?. Sin perder un instante, le contamos a las dos matronas de la casa.
Luego del rezo de la cena, mi madre resolvió que le insinuaría con cortesía a la señorita Faustina, que buscara otra persona con quien “compartir”. El consomé quemó el paladar de mi abuela, y grito..”- ¡Échenlo!..
V (EL DESTIERRO )
Se ordenó trancar las puertas y no volver a verlo. Aunque nadie dudaba de la capacidad de sus saltos atigrados, para trepar los tres metros de muralla... a las dos de la tarde, los días pares, para empollar los huevos en el cuarto de Faustina....(así decía mamá).
Por las tardes quedamos consignados a estar con abuela, cuyas historias del Kurupí y el Yacyyateré, nada tenían que ver con sus modales afrancesados. Debo reconocer que no eran historias tediosas, tenían misterio. Las moralejas eran fáciles de comprender y se quedaban grabadas por siempre. Lo que era más notable, abuela explicaba que los poderes más increíbles, pertenecían a los seres más vulgares.
¿Acaso un niño de ocho años podría valorar esas historias o leer las mentes de las personas, como supuestamente lo hacía el yacyyateré? Mi madre respondía con firmeza que sí. Los niños de fe podían hacer esto y más. Alguna vez nosotros experimentaríamos la fe. Ella nunca nos dijo que se necesitaba para eso. Al parecer, se necesitaba de algo más que creer, porque ella misma, una creyente absoluta, no podía adelgazar aunque se lo pidiéramos durante todo el día.
Pablo, mi hermano de diez años quedó muy impresionado con esas historias. Abuela Cornelia jamás le hubiese contado los detalles que Faustina llegó a explicarle una tarde lluviosa en el “Palomar”. Como casi todas sus historias, la historia épica del Kurupí era muy común, pero lo que Pablo no supo hasta ese instante, fue que Faustina había sido poseída por el señor de las sombras, sobre unas piedras calientes del arroyo de Piribebuy. Más golpeado quedó, cuando vio una ilustración en la que el Kurupí exhibía orgulloso su largo pene enroscado en la cintura. En ese preciso instante Faustina dejó de ser el ángel de las siestas y se transformó en la “Diosa del Palomar”.
La historia que tanto impresionó a Pablo tenía que ver, quiérase o no, con el interés de los varones de la casa en Faustina.... ella le hizo entender, los vicios de las mujeres viudas.
-¡Papito!, no te asustes, no fue el Kurupí...fueron esos muchachos que mojan las paredes de la estación. (Dijo susurrando en tono de confesión, intentando tranquilizar a mi alterado hermano).
· Aquel que difunde sus ideas por medio de la penetración.
VI
Las puertas de “La Prometida” se cerraban herméticamente, creando un vacío sin tiempo en los corredores que rodeaban a sus habitantes; nadie podría internarse en ese refugio de dioses y gente ordinaria. Parecía que mientras durase el frío, duraría la desaparición del padrino, mi abuela no tuvo que recordarme que lo olvidase. Mi propio temor me había alejado de él, yo no querría mirarle a los ojos, de haber podido evitarle. Sin embargo, un día mientras lo recordaba, lo vi en un patio vecino, sentado sobre un cilindro de guayacán, con la mirada atravesando las intimidades de mi casa.
-¿Donde has estado? - me preguntó sin esforzar su voz, mientras acariciaba la cabecita de su pequinés de paladar negro y largos bigotes -¡Te extrañé!...¡hay muchas historias que contarte!....¿verdad Pu-Yi ?. El animal cerró los ojos con indiferencia y gruñó en tono de desaprobación.
- Estuve ocupado -murmuré-
- ¿Negocios? - dijo el padrino con su voz cómica- ¡el niño creció!.
Al escucharle, me sentí mejor. Yo quería al padrino. La idea que era ateo, me atemorizaba, pero fuera de eso todo estaba bien.
- ¿Verdad que bromeabas cuando dijiste que eras ateo? - le pregunté-. Para entonces, los misioneros cristianos de la iglesia de Jesucristo de las últimas semanas, quienes administraban nuestros diezmos, nos informaron que el ateísmo era sinónimo de comunismo y representaba el mal absoluto. Los llamaban “sanguijuelas”, de modo que no dejaban dudas de su relación con la sangre .
- ¡De ningún modo! (respondió el padrino con frialdad)
¡Creo en lo que creo!....no, en el cura que toma el té con tu abuela los sábados por la tarde ... no te estoy pidiendo que aceptes mi opinión. No tienes porqué hacerlo. Pero tampoco tienes el deber de escuchar a los idiotas predicadores de la salvación.
Era lógico y tenía un atractivo pecaminoso. Gracias a Dios que no había nadie más que lo escuchara.
- ¿Y entonces qué pasa cuando muere una persona? -le pregunté- ¿A donde vamos?
-A ninguna parte....¿ acaso crees que estoy muerto?-dijo sin convicción-.
- No no creo que estés muerto.
-Tu vida es tuya y podrás hacer lo que puedas, tu muerte no te pertenecerá...pero tienes derecho a la fe....estoy seguro que disfrutarás con tus seres amados!
VII
A diferencia del padrino, mi realidad parecía tener la ventaja de no estar contaminada. No quiero decir que la única realidad no contaminada fuese la de los niños, ya que en mi caso, no podía hacer nada para purificar mis pensamientos, y lo que era peor, me dolía el estómago al imaginar a Faustina, agraviada por la ironía de Florencio Gomez, a quien una vez le escuché decir....”¡lo que más me gusta, es lamer su cuerpo luego de haberlo mojado con caña!”.
De nada me servía recordar los consejos de los mayores para llegar a la adultés . ¡Yo ya era un adulto!, o como debía entender, que las precisas descripciones del Padrino, para explicarme su amor por ella, fuese algo de tanto interés para mi. ¿Como ser indiferente a sus senos, cuando el Padrino me dijo que eran más bellos que los cerros de Paraguarí?. No pude dejar de espiarla durante sus baños al anochecer, en medio del patio de servicio, ..¡.sola bajo la luna que plateaba sus formas duras.!
Yo amaba a la viudita (como le llamaba mi abuela), y detestaba oir al padrino cuando su aliento de caña barata, decía:
- Faustina me desea con locura, ¡aún más que al cura que visita a tu abuela!.... ella misma, se arrodilló a confesarle, que....“Florencio Gomez es cien veces más hombre que ti”.
Una vez en los fondos de la casa, en la pequeña pieza de Faustina, Florencio Gomez, me explicó los rituales de esa mujer tan cercana a mi familia, yo no entendía que se tratase de la misma persona, pues él, parecía poseído cuando hablaba de ella, entonces sacó una tela de mosquitero del rincón donde solía haber un cántaro, y señaló una escultura de formas pecaminosas, pronunciadas.
.
-¡Es una nariz, ...es mi nariz!...dijo orgulloso .....es el maravilloso trabajo realizado por las manos de Faustina.
Yo era pequeño y nunca había visto nada semejante, me sentí lánguido y con arcadas que me obligaron a confesarle.
- !Yo también la deseo!....( salió del alma como un vómito liberador).
- ¿Qué, qué?...
- ¡Que también la deseo!
- Eres muy pequeño para desear en esa forma...¡te puede hacer daño!
Ignorando sus consejos, le dije:
- ¡Quiero mirarle a los ojos durante siglos, quiero morder suavemente sus labios y apretar sus manos frescas, bajo las coloridas luces de su resplandor.
El padrino parecía contrariado y me recitó un renglón de poesía anglosajona.
- ¡Te vi una vez ! - sólo una vez- hace años: Cuántos, no los diré; pero no muchos.:..........-¡estás loco pequeño!
VIII
Arroz con leche, me quiero casar...con una señorita de San Nicolás...
Que sepa coser, que sepa bordar, que sepa abrir la puerta para ir a jugar...
con ésta sí, con ésta no, con esta señorita me caso yo.
IX
Una vez que se tiene un nuevo ángulo es muy difícil dar marcha atrás. Las cosas que vi a mi alrededor me confirmaron de modo absoluto mi incredulidad, así como mi dedicación a las artes, como el mejor modo de mantener mi sentido del humor en forma intacta..... Quizás algún día, alguien me pueda explicar porqué el padrino robaba las camisas de mi padre, y porqué le sacó una perla a la corona de la venerada imagen de la virgen del Rosario. Talvez, algún día podamos someter a mujeres como Faustina, talvez seamos los amos, pero la realidad es distinta.....
La señorita no vivió con nosotros para siempre. Un día recibió una carta en la que le avisaban que su hermana mayor, enfermó de gravedad y vomitaba discursos proselitistas todo el tiempo. La llevaron a la seccional número 666 de Ita Pita Punta, donde un grupo de ingenieros la examinó. Le tomaron una muestra de orina y resultó, ser liberal....¿pero quien la habrá embarazado?
Hasta entonces mi padre se había opuesto a las sugerencias de mi madre y mi abuela, para que nuestros “viajantes extraviados” buscaran otro lugar para vivir. Ahora no tenía alternativa.
Nunca los volvimos a ver, aunque muchos años después oí en forma vaga, que el padrino trabajaba como vendedor ambulante. Lo odié durante un tiempo, pero cuando desapareció al doblar la esquina, sentí angustia por haberlo perdido. Aún siendo un ateo sinvergüenza, había sido mi primer maestro. Me mostró, sin lugar a dudas, el camino por el cual transitaría, ya que yo y él, éramos dos líneas paralelas que a la larga se unirían en el infinito, lugar en el que confirmaríamos ser la misma persona.
NOSOTROS Y LOS OTROS
Algunos de mis recuerdos del Barrio de Trinidad, olían a agua estancada.
...Tal vez a causa de mis fluidos cerebrales, o a los líquidos vertidos desde la curtiembre de David Salomín. Recuerdo la arboleda de aquel país despoblado ... silenciosos y desnudos ejemplares que mezclaban su frondosidad con las nubes del cielo.
¿Como olvidar el sol que bañaba las espaldas de los pecaminosos creyentes?..., almas aceitosas, apretadas como sardinas dentro del tinglado del templo evangélico.
No existía calma tan honda, ¡las piedras dormían! ...en ese lugar jugábamos hasta que las sombras de la noche nos obligaban a volver....Yo tenía entre cuatro y ocho años, pertenecía a una familia de epopeyas e interminables metros de corredor yeré, allí en esa tierra de elegancia austera, donde el tiempo pasaba suave e imperceptiblemente, aprendimos a convivir con viajantes, nómadas, o talvez simplemente gente extraviada, una nueva clase de personas cuyos modales los ponían para siempre fuera de las preferencias de nuestra familia.
Esta casta, era el resultado del calor y la soledad experimentados por los jesuitas y sus indias. Nadie los terminaba de asimilar por completo. Los gringos, -(hijos de rubias hienas y mosquitos suburbanos)- quienes, a nosotros nos llamaban los paraguayos, a ellos los llamaban “los desalmados”, por no creerlos capaces de trascender más allá del entorno terrenal. Nosotros, simplemente les llamábamos “los extraviados”. Sus padres eran de clase incierta; sus madres, hembras nutricias con intensos olores a plantas medicinales. Yo era muy pequeño para comprender lo solitarias que esas mujeres debieron sentirse.
LOS EXTRAVIADOS
Los viajantes extraviados constituían nuestra extendida clase pobre. Se las ingeniaban para vivir, sin necesidad de alimentarse cotidianamente.
Esas personas de pensamientos ausentes, estaban ansiosas de aprovechar cualquier oportunidad para abandonarse a la suerte y viajar sin rumbo. Seguramente alguien podría aceptarlos, o por lo menos creer que sus acentos carnívoros no eran de temer. Sin embargo, mientras estuvieran habitando algunas de las colinas de Asunción, se las rebuscaban para comerciar las naranjas que traían los trenes desde la cordillera.
El expreso que marchaba durante horas cruzando terrenos vírgenes, hacía escala frente a mi casa, en Trinidad . Allí limpiaban los boogies, mientras que los fatigados pasajeros bajaban del tren para disfrutar de butifarras y tereré.
En ocasiones, se podía escuchar las locomotoras a vapor, silbando melodías, esperando que algún día alguien reconociese sus esfuerzos. El musical ritmo de las máquinas, inspiraba a los extraviados, quienes orinaban armónicamente contra las paredes de la estación, carcomiendo la pintura a la cal.
El aspecto altivo de los orinadores me fascinaba; sentía atracción por sus pieles café con leche y sus melenas en forma de pan cañón.
II
Una vez y con cierta pompa, mi padre anunció que mi hermano menor y yo tendríamos una niñera “extraviada”, llamada Señorita Faustina. Decían que había tenido un esposo, que nunca fue su esposo,... un maquinista que había muerto por su débil corazón y por la impetuosidad de los dieciséis años de Faustina. Ella no disponía de ingresos ni hogar, pero en cambio ostentaba ojos amarillos y piel coralina.
Cuando mi padre se topó con la Señorita Faustina, se conmiseró de ella y le ofreció un empleo con nosotros; esto era un poco extraño, ya que hasta ahora nos las habíamos arreglado muy bien sin una niñera en nuestras vidas. En un principio mi madre y mi abuela se mostraron reticentes, pero al final hicieron una concesión ante lo que consideraron el blando corazón de mi padre, quien prestó especial atención a Faustina, llegando al punto de llevarla a su cama los períodos que mi madre y abuela Cornelia viajaban a Arroyos y Esteros.
Para entonces mi padre, Francisco, Felix, Teodoro Valdovinos, ya era Director de Finanzas del Ministerio de Asuntos Económicos. Era muy amable y de hablar suave, sin posturas presumidas tras su uniforme almidonado. Sus dos cualidades más notables, tanto en casa como en el trabajo, eran su compasión y el ser muy distraído.
III
En respuesta a la sociabilidad de Francisco, Felix, Teodoro, mi madre había adquirido el hábito de descolgar el teléfono a mitad de la noche, con el objeto de dormir sin interrupciones. De todas formas, no faltaba alguien que golpease la puerta. Entreabriéndola un poco, se podía ver el rostro preocupado y suplicante de alguna dama angustiada por no poder conciliar el sueño. Papá siempre aceptaba estas solicitudes de media noche, y al paso del tiempo, creo que muchas personas del barrio y alrededores, llegaron a sentir que tenerlo a su lado, y que les tomara de las manos al sentarse en su lecho, era suficiente para bajarles la temperatura.
Él mismo, creía intensamente en estas medidas (como yo creo en ellas ahora). Tenía una mirada absorbente que estaba llena de pasión “Cerrista”. Era un atributo natural, y no existía ni la más remota duda, que él hubiera cultivado modales para estar junto a sus prójimos.
De modo que no fue una sorpresa para mi madre, que Francisco Felix, se apiadara de la señorita Faustina. La única exigencia para ella, fue que no comiera el dulce de guayaba en cascos que tanto mezquinaba mi abuela, ni que cocinase con grasa de chancho. Además se esperaba que la niñera, que prácticamente no tenía nada que hacer con dos niños, ayudaría con la cocina y a alimentar el pavo navideño, dándole de beber licor de naranja. Abuela se encargaría de degollar al ave, y Faustina recogería la sangre aromática para hervirla con frutas abrillantadas. Hasta hoy, creo que el respeto que infundía Cornelia, mucho tenía que ver con su maestría para matar el pavo.
----- * -----
“La Prometida” -(nuestra gran casa colonial portuguesa)-, tenía gusto a salsa de tamarindo y aires del sudeste asiático; en sus orígenes había sido instalada con habitaciones separadas para los sirvientes, las que nosotros conocíamos como el “palomar”. Poco tiempo después, la señorita Faustina se unió a los empleados que ya la habitaban. Recuerdo a mi abuela justificar su silencio diciendo....”es el trinar de los pájaros el que enmudece a los niños del palomar” .
Faustina se sintió agradecida por ser incorporada a nuestros juegos. Estabamos acostumbrados a las persecuciones solitarias, entre las sábanas que se secaban al sol. Ahora que éramos tres, formamos de inmediato un trío, que sin saberlo, se debatía en la duda, de disfrutar los rutinarios juegos infantiles, o las largas piernas de la joven viuda.
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No pasó mucho tiempo para que la señorita Faustina nos sorprendiera con un novio. Su nombre era señor Florencio Gomez... (la puta que lo parió). Era un criollo que no tenía ningún trabajo ni medios evidentes para mantenerse, solo tenía a nuestra señorita.
Florencio Gomez, se presentó de mañana temprano, mi abuela le recibió sentada en su mecedora, sin dejarle trasponer el umbral de la puerta... no tendría más de cuarenta años, ni menos de cincuenta, apenas algunas arrugas que rasgaban sus ojos, y suficiente altura para disimular su calvicie. Según escuché de mi abuela, Gomez miraba a los ojos sin disimulo, con algo parecido a lo irreverente o a una adolescencia inconclusa.
Las familias evangelizadas como la nuestra, no sabíamos de amores indecentes. Mi abuela y mi madre comenzaron a desconfiar de la pareja. Mi padre respiró profundo, y consideró que no valía la pena siquiera discutir el asunto; pero mi hermano de diez años y yo, en un principio nos sentimos abandonados por Faustina, aunque luego fuimos encantados por este hombre, a quien empezamos a llamar “padrino”; él nos explicó, como se ve la tierra desde la luna, y qué se siente, al pedalear en el espacio oscuro, fresco y silencioso, en viaje rumbo a Plutón.
IV
El padrino no podía ocultar su condición de artista, sus manos moldeaban el aire y las piedras; esculpía el palo santo, como si fuese chocolate derretido entre los dedos.Tenía la especialidad de encontrar rasgos increíblemente dulces, en rostros amargos. En la casa quedaron dos bustos identificables con las facciones de las señoras. Ellas, de pronto comenzaron a tratar al padrino con amabilidad y tolerancia, encantadas por el sonido de su clarinete. Pero sobre todo, el padrino hablaba “aterciopeladamente”... como si estuviese cantando boleros... era un gran hipnotizador. Se sentaba cada noche con una copa de caña en la mano y nos recreaba sus largas y desesperadas caminatas. Ojalá pudiera recordar los detalles, solo recuerdo su convicción.
Él podía hacer cualquier cosa, desde meternos en el cine sin pagar entrada, hasta hacernos entender las diferencias entre los insectos machos y hembras. (Hoy en día ni siquiera puedo pensar en mujeres, sin tenerlo presente). Nunca le faltó tiempo para nosotros, sin embargo, este mago desaparecía por completo durante largos períodos. Nadie parecía saber a donde iba o cuando regresaría; más tarde, los mayores ...///
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descubrieron que el padrino estaba organizando una logia. Después de uno de estos viajes, cuando supimos de sus asuntos, le preguntamos que era un “masonero”. “Masón “ respondió, es una persona que acumula respetabilidad, es alguien que cree en la igualdad y la fraternidad. Entonces, le pregunté si el era uno de esos .
- Mi principal característica es ser un *ateo fornicador (respondió).
Esto no nos molestó, hasta que nos explicó que un ateo es una persona que no cree en Dios... Nos sentimos ofendidos. ¿No creer en la virgen de Caacupé?. Sin perder un instante, le contamos a las dos matronas de la casa.
Luego del rezo de la cena, mi madre resolvió que le insinuaría con cortesía a la señorita Faustina, que buscara otra persona con quien “compartir”. El consomé quemó el paladar de mi abuela, y grito..”- ¡Échenlo!..
V (EL DESTIERRO )
Se ordenó trancar las puertas y no volver a verlo. Aunque nadie dudaba de la capacidad de sus saltos atigrados, para trepar los tres metros de muralla... a las dos de la tarde, los días pares, para empollar los huevos en el cuarto de Faustina....(así decía mamá).
Por las tardes quedamos consignados a estar con abuela, cuyas historias del Kurupí y el Yacyyateré, nada tenían que ver con sus modales afrancesados. Debo reconocer que no eran historias tediosas, tenían misterio. Las moralejas eran fáciles de comprender y se quedaban grabadas por siempre. Lo que era más notable, abuela explicaba que los poderes más increíbles, pertenecían a los seres más vulgares.
¿Acaso un niño de ocho años podría valorar esas historias o leer las mentes de las personas, como supuestamente lo hacía el yacyyateré? Mi madre respondía con firmeza que sí. Los niños de fe podían hacer esto y más. Alguna vez nosotros experimentaríamos la fe. Ella nunca nos dijo que se necesitaba para eso. Al parecer, se necesitaba de algo más que creer, porque ella misma, una creyente absoluta, no podía adelgazar aunque se lo pidiéramos durante todo el día.
Pablo, mi hermano de diez años quedó muy impresionado con esas historias. Abuela Cornelia jamás le hubiese contado los detalles que Faustina llegó a explicarle una tarde lluviosa en el “Palomar”. Como casi todas sus historias, la historia épica del Kurupí era muy común, pero lo que Pablo no supo hasta ese instante, fue que Faustina había sido poseída por el señor de las sombras, sobre unas piedras calientes del arroyo de Piribebuy. Más golpeado quedó, cuando vio una ilustración en la que el Kurupí exhibía orgulloso su largo pene enroscado en la cintura. En ese preciso instante Faustina dejó de ser el ángel de las siestas y se transformó en la “Diosa del Palomar”.
La historia que tanto impresionó a Pablo tenía que ver, quiérase o no, con el interés de los varones de la casa en Faustina.... ella le hizo entender, los vicios de las mujeres viudas.
-¡Papito!, no te asustes, no fue el Kurupí...fueron esos muchachos que mojan las paredes de la estación. (Dijo susurrando en tono de confesión, intentando tranquilizar a mi alterado hermano).
· Aquel que difunde sus ideas por medio de la penetración.
VI
Las puertas de “La Prometida” se cerraban herméticamente, creando un vacío sin tiempo en los corredores que rodeaban a sus habitantes; nadie podría internarse en ese refugio de dioses y gente ordinaria. Parecía que mientras durase el frío, duraría la desaparición del padrino, mi abuela no tuvo que recordarme que lo olvidase. Mi propio temor me había alejado de él, yo no querría mirarle a los ojos, de haber podido evitarle. Sin embargo, un día mientras lo recordaba, lo vi en un patio vecino, sentado sobre un cilindro de guayacán, con la mirada atravesando las intimidades de mi casa.
-¿Donde has estado? - me preguntó sin esforzar su voz, mientras acariciaba la cabecita de su pequinés de paladar negro y largos bigotes -¡Te extrañé!...¡hay muchas historias que contarte!....¿verdad Pu-Yi ?. El animal cerró los ojos con indiferencia y gruñó en tono de desaprobación.
- Estuve ocupado -murmuré-
- ¿Negocios? - dijo el padrino con su voz cómica- ¡el niño creció!.
Al escucharle, me sentí mejor. Yo quería al padrino. La idea que era ateo, me atemorizaba, pero fuera de eso todo estaba bien.
- ¿Verdad que bromeabas cuando dijiste que eras ateo? - le pregunté-. Para entonces, los misioneros cristianos de la iglesia de Jesucristo de las últimas semanas, quienes administraban nuestros diezmos, nos informaron que el ateísmo era sinónimo de comunismo y representaba el mal absoluto. Los llamaban “sanguijuelas”, de modo que no dejaban dudas de su relación con la sangre .
- ¡De ningún modo! (respondió el padrino con frialdad)
¡Creo en lo que creo!....no, en el cura que toma el té con tu abuela los sábados por la tarde ... no te estoy pidiendo que aceptes mi opinión. No tienes porqué hacerlo. Pero tampoco tienes el deber de escuchar a los idiotas predicadores de la salvación.
Era lógico y tenía un atractivo pecaminoso. Gracias a Dios que no había nadie más que lo escuchara.
- ¿Y entonces qué pasa cuando muere una persona? -le pregunté- ¿A donde vamos?
-A ninguna parte....¿ acaso crees que estoy muerto?-dijo sin convicción-.
- No no creo que estés muerto.
-Tu vida es tuya y podrás hacer lo que puedas, tu muerte no te pertenecerá...pero tienes derecho a la fe....estoy seguro que disfrutarás con tus seres amados!
VII
A diferencia del padrino, mi realidad parecía tener la ventaja de no estar contaminada. No quiero decir que la única realidad no contaminada fuese la de los niños, ya que en mi caso, no podía hacer nada para purificar mis pensamientos, y lo que era peor, me dolía el estómago al imaginar a Faustina, agraviada por la ironía de Florencio Gomez, a quien una vez le escuché decir....”¡lo que más me gusta, es lamer su cuerpo luego de haberlo mojado con caña!”.
De nada me servía recordar los consejos de los mayores para llegar a la adultés . ¡Yo ya era un adulto!, o como debía entender, que las precisas descripciones del Padrino, para explicarme su amor por ella, fuese algo de tanto interés para mi. ¿Como ser indiferente a sus senos, cuando el Padrino me dijo que eran más bellos que los cerros de Paraguarí?. No pude dejar de espiarla durante sus baños al anochecer, en medio del patio de servicio, ..¡.sola bajo la luna que plateaba sus formas duras.!
Yo amaba a la viudita (como le llamaba mi abuela), y detestaba oir al padrino cuando su aliento de caña barata, decía:
- Faustina me desea con locura, ¡aún más que al cura que visita a tu abuela!.... ella misma, se arrodilló a confesarle, que....“Florencio Gomez es cien veces más hombre que ti”.
Una vez en los fondos de la casa, en la pequeña pieza de Faustina, Florencio Gomez, me explicó los rituales de esa mujer tan cercana a mi familia, yo no entendía que se tratase de la misma persona, pues él, parecía poseído cuando hablaba de ella, entonces sacó una tela de mosquitero del rincón donde solía haber un cántaro, y señaló una escultura de formas pecaminosas, pronunciadas.
.
-¡Es una nariz, ...es mi nariz!...dijo orgulloso .....es el maravilloso trabajo realizado por las manos de Faustina.
Yo era pequeño y nunca había visto nada semejante, me sentí lánguido y con arcadas que me obligaron a confesarle.
- !Yo también la deseo!....( salió del alma como un vómito liberador).
- ¿Qué, qué?...
- ¡Que también la deseo!
- Eres muy pequeño para desear en esa forma...¡te puede hacer daño!
Ignorando sus consejos, le dije:
- ¡Quiero mirarle a los ojos durante siglos, quiero morder suavemente sus labios y apretar sus manos frescas, bajo las coloridas luces de su resplandor.
El padrino parecía contrariado y me recitó un renglón de poesía anglosajona.
- ¡Te vi una vez ! - sólo una vez- hace años: Cuántos, no los diré; pero no muchos.:..........-¡estás loco pequeño!
VIII
Arroz con leche, me quiero casar...con una señorita de San Nicolás...
Que sepa coser, que sepa bordar, que sepa abrir la puerta para ir a jugar...
con ésta sí, con ésta no, con esta señorita me caso yo.
IX
Una vez que se tiene un nuevo ángulo es muy difícil dar marcha atrás. Las cosas que vi a mi alrededor me confirmaron de modo absoluto mi incredulidad, así como mi dedicación a las artes, como el mejor modo de mantener mi sentido del humor en forma intacta..... Quizás algún día, alguien me pueda explicar porqué el padrino robaba las camisas de mi padre, y porqué le sacó una perla a la corona de la venerada imagen de la virgen del Rosario. Talvez, algún día podamos someter a mujeres como Faustina, talvez seamos los amos, pero la realidad es distinta.....
La señorita no vivió con nosotros para siempre. Un día recibió una carta en la que le avisaban que su hermana mayor, enfermó de gravedad y vomitaba discursos proselitistas todo el tiempo. La llevaron a la seccional número 666 de Ita Pita Punta, donde un grupo de ingenieros la examinó. Le tomaron una muestra de orina y resultó, ser liberal....¿pero quien la habrá embarazado?
Hasta entonces mi padre se había opuesto a las sugerencias de mi madre y mi abuela, para que nuestros “viajantes extraviados” buscaran otro lugar para vivir. Ahora no tenía alternativa.
Nunca los volvimos a ver, aunque muchos años después oí en forma vaga, que el padrino trabajaba como vendedor ambulante. Lo odié durante un tiempo, pero cuando desapareció al doblar la esquina, sentí angustia por haberlo perdido. Aún siendo un ateo sinvergüenza, había sido mi primer maestro. Me mostró, sin lugar a dudas, el camino por el cual transitaría, ya que yo y él, éramos dos líneas paralelas que a la larga se unirían en el infinito, lugar en el que confirmaríamos ser la misma persona.
5 comentarios:
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