lunes, 12 de marzo de 2007

Mi hijo es un ángel.






Introducción al Tiempo cuando las religiones quedaron vacías.


Habían pasado 53 años, desde que las arenas cubrieron una inmensa franja central en el Africa, abarcando lo que fuera Libia, hasta Sudáfrica, sepultando las culturas y las pobrezas del continente de las desesperanzas. No fue un simple proceso de desertización, fue una avalancha de sedimentos, provocado por la incomprensión y la insatisfacción de las masas. Un desastre ecológico que modificó el ecosistema de todo el planeta.

El fatalismo invadió los espíritus, ciertas regiones quedaron vacías y otras superpobladas, el Cono Sur Sudamericano se convirtió en una torre de babel, donde las mayorías no tenían voz y las minorías eran invisibles. La herencia postcapitalista, era una versión grotesca de la sociedad industrial... una cultura desprovista del sentido estético. Los celos y la impaciencia hicieron estragos en lo más profundo del corazón de la gente, que actuaba impulsivamente para escapar de la libertad.
Las personas de fortaleza media que vivían encerradas y tenían objetivos inalcanzables por sus cualidades, eran las más resentidas.

Una nueva escuela de psicoanálisis impuso su pensamiento con un Tratado denominado “la comprensión de la psicología de las masas que funcionan debajo de la superficie”. Sus propulsores se auto definían los teólogos de la “selva espesa”, quienes aspiraban en última instancia, reemplazar a los profetas que habían quedado atrapados en la amnesia colectiva. Adherían a esa filosofía, profesando su fe en silencio, rezando oraciones a Ñamandú
[1] con el anhelo secreto e incontenible de llegar a observar el primer destello… la luz que redime, allí donde crece el vegetal astral de cabellera solar, que como lava ardiente cae en cascadas de flores celestiales...en el espacio sin espacio y en el tiempo sin tiempo.

Los cosmonautas y sus familias se convirtieron en una casta, con privilegios en la educación y alimentación. A algunos, la distancia los volvió ajenos a su propia tierra, en ciertos casos, regresaron a ella, cuando especies animales, como los camellos y las serpientes habían desaparecido. Lo mismo que ocurrió con los esquimales, los polinesios y con varias minorías indoamericanas.






La época correspondía al año 2070 de lo que fue la era cristiana, se estaba llevando con éxito la tarea de colonización del espacio extraterrestre. La Confederación Atlántico Pacífico, La Unión Fraternal Eslavo-Germánica, y la República Popular China, habían experimentado la colonización de Venus, Marte y las lunas de Jupiter; por su parte, los neoyorquinos, habían logrado superar los límites de su propia modestia.

Una nave de plásticos y metales se encontraba en ruta de regreso al planeta tierra....

EL REGRESO DE LA NAVE MADRE

Los tripulantes de la nave carguero “María Cristina”, eran perfecta y desgraciadamente anónimos; de todas formas eso no les restaba la fortuna de haber sido los pioneros en transitar la legendaria ruta, Ganímedes-Europa . Se caracterizaban por ser indiferentes a los sucesos ocurridos en su planeta... nunca se habían sentido pertenecientes a nación alguna, aunque de acuerdo a la documentación de rigor, eran ciudadanos de la Confederación Atlántico-Pacífico, con capital Administrativa en Brasilia, pero bajo la fiscalización del Gobierno de los Estados Libres-Asociados de las Tres Américas, con sede en Sarasota, Florida.
Ajenos a las trivialidades terrenales; habían tenido la oportunidad de rozar los labios superiores de un agujero negro y ser invadidos por seres reencarnados que se encontraban entre el limbo y el paraíso..... El mundo de los sueños y el de la realidad transitaban en la misma dimensión. Era el pan de cada día, y estaban conscientes que para subsistir en ese ámbito caleidoscópico presurizado, el único requisito consistía en aceptar los rigores de la autoridad, representada en un cerebro cibernético protegido por una aleación de titanio y carbono... La resistencia pasiva de los intelectuales bajo el poder, era solo un recuerdo transmitido de boca en boca... eran excelentes soldados.

Aquellos guerreros espartanos, tenían como único trofeo, una araña de caireles rescatada de una estación rusa que fuera destruida a fines de la era de Acuario, durante el ataque suicida de una nave robot inteligente. Ellos pasaban los tiempos de invernación en una sala semi vacía, medianamente iluminada; su estructura había perdido el brillo de platería recién lustrada. Los rayos y meteoros del cosmos la llenaron de recuerdos y visiones que enturbiaban sus formas aerodinámicas. El silencio acompañaba la tibia oscuridad, apenas sobresaltada por difusos sonidos de naves espaciales sin destino. (Una simple anécdota en la incomprensible inmensidad del universo).


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El día 27 de marzo de 1939, (corregido del calendario Gregoriano) a las once p.m., mientras la tripulación disfrutaba bife de atún sintético, la comandante de la nave tuvo ganas de parir. El equipo médico la asesoró, sugiriéndole cruzar las manos sobre el pecho y respirar armónicamente para expulsar los malos pensamientos.- ¡Es ridículo, medítelo!.... no se deje llevar por emociones compulsivas, ¡contrólese!, relájese y piense en un brillante futuro...(Capítulo 3, artículo 5, del manual de abordo).
Algunos compañeros de viaje, sobre todo aquellos que habían tenido oportunidad de compartir la cucheta con la comandante, comentaban con las manos transpiradas. - ¡Así son las hembras... tienen capacidad para simular o disimular embarazos !... ella que todo lo sabía, restaba interés a las opiniones asexuadas, causadas por la soledad y por la radioactividad. Su integridad en cambio, estaba protegida gracias a una epidermis de condom-latex lubricado, a través de la cual se apreciaba el estómago, deformado por los dolorosos movimientos de alguien intentando nacer..... sus ojos parecían dos cerezas congeladas por el miedo.

II


El milagro, se produjo durante el parto... el niño nació siendo la réplica perfecta de un juguete... la boca, el pelo y las piernas. Ella, María Von Lumpen de Garcete, pudo conocer al hijo que hasta hacía una hora no estaba en sus planes.
De acuerdo a confusos informes remitidos desde la sala de prensa del centro espacial, era un varón, que parecía haber nacido vestido de marinero, es decir, traje azul con rayas blancas, moño y un solo zapato... demás está decir que tenía los genitales bien implantados, y el ritmo cardíaco normal.
En la memoria de la nave quedó registrado con el número 127-AW-39 y con el nombre “Alejandro”, no en honor al tío Alejandro Garcete, sino porque pensaron que su futuro estaría relacionado con el Alejandro Magno de las enciclopedias. Pesó tres kilos cien gramos y desde un primer momento, su piel fue tan clara, como negros su pelo y sus ojos. Miles de imágenes tridimensionales lo mostraron con su vestimenta original. La nave que lo cobijó pasó a llamarse “Nave Madre” y está en proceso de restauración para ser expuesta en el Museo del Espacio.

Sus padres, personas seleccionadas, (como se entenderá, no era usual viajar en misiones de descarga de basura tóxica, en las lunas de Júpiter) se habían conocido en forma epistolar, por recomendación del consejero espiritual de la Institución de Enseñanza Media de la Región Oriental, quien finalmente, por considerarlos cultural y genéticamente compatibles, programó una serie de encuentros en las funciones de realidad virtual de la Asociación Cristiana de Jóvenes. Casualmente ese consejero se llamaba Alejandro, aunque le gustaba que lo llamasen “Marangona”, en recuerdo de un futbolista del siglo de la abundancia.

CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

Los claustros docentes, las academias, los edificios histéricos, profesores perfumados, la historia en CD Rom; toda la sabiduría encerrada en la rígida disciplina de los colegios privativos, elaboraron trabajos, hipótesis, y exposiciones relativas al truco utilizado por el matrimonio Garcete, para hacer parecer mágico el embarazo repentino de la comandante de la nave, así como el nacimiento de su hijo sin ombligo.

Los magos no encontraron respuestas a preguntas sencillas,... “sería mucho más simple que un lactante explique el proceso de desintegración del átomo de uranio”, sentenció el nieto del recordado Cachito, (Cachito fue el muñeco de un ilusionista llamado Nisugan) ....
La sabiduría popular difundió una versión más creíble, la cual atribuía la maternidad de Alejandro, a su tía Beatriz Von Lumpen, algo menor que María y devota admiradora de las largas piernas de su cuñado Marciano Garcete. Ni los agrios reclamos familiares impidieron que Beatriz y Marciano, se prodigaran desesperadas miradas de insatisfacción. Esa relación morbosa, (según la definían los más allegados) terminó gracias a la profesional intervención del Ministerio de Bienestar Humano, que por medio de la lectura selectiva de correos, detectó una larga carta de Beatriz a Marciano, en cuya parte final reproducía una frase de Anatole France, “La peor perversión sexual, es la castidad”. Beatriz fue enviada a la Ciudad de México, donde la están asistiendo en una terapia de reinserción comunitaria.

Alejandro no tenía conciencia de la similitud de sus ojos con los de su tía.


Todos se creyeron con derecho a preguntar y a averiguar los antecedentes de María Von Lumpen de Garcete. Pero María no hacía más que crecer en felicidad y en volumen. Los opinantes más lúcidos, atribuyeron su sobrepeso al milagroso acto de la transferencia de leche del hijo a la madre. Ese fenómeno no era más extraño que otros tales como el amor o el odio. En vano, la comandante se plantearía un problema de difícil respuesta, estaba perfectamente mentalizada para lograr sus objetivos sin desviar sus pensamientos.
Planchando... y mirando tras la ventana, vio crecer las plantas y las nubes y los días y las noches y los llantos y sonrisas de Alejandro.
No se creyó merecedora de semejante bien, le agradeció a Ñamandú y aprendió a mirar a su esposo con respeto, a éste, Marciano Garcete, parecía no sobresaltarle el hecho de tener un hijo sin haber necesitado eyacular... sus desayunos duraron como de costumbre y sus oraciones, nunca más que un domingo cualquiera .
Los días pasaron llenándose de caricias, calor, muecas y orín.
Una mañana de sol, María se vistió con todas las flores del jardín y algunos frutos fuera de estación. Sobre su cuerpo ideal cargó el de su niño, quien escondía sus brazos en la cabellera cobriza de la madre. Confundidos en los olores y la brisa de las diez de la mañana, fueron haciendo un camino lleno de preguntas sin respuestas, y siguieron caminando hasta el punto preciso donde se juntan el mediodía con la siesta.

Mamá ¿donde quedó mi traje de marinero?
¿Cual traje?
¿Con el que nací!
¡Nadie nace vestido!, ...Hijo, no creas todo lo que escuchas, ¡cuándo crezcas entenderás cómo se puede transformar la realidad!.
¿Donde lo guardaste?
¿Pero porqué ese capricho?


Pubertad, Adolescencia y Madurez, Etapas Forzadas para el Crecimiento del Pez.

Una suave fragancia a hormigón impregnaba los cimientos del barrio los “Pioneros de la Galaxia”, en cuya parte más visible se elevaba imponente, un arco de brillante mármol verde, sobre cuya superficie estamparon en oro la frase de San Pablo “Nuestra ciudadanía está en el cielo”. Nada más cierto, ya que lo que de in mundo tiene la tierra, sólo desde la lejanía del cielo se sublima, al descubrir que “nuestra morada es una joya azul, con la que no pueden competir ni los zafiros, aguamarinas y el lapislazuli de Afganistán” (al menos eso afirmaba Marciano Garcete).

En algún rincón de esa urbanización, donde los hierros se oxidaban a la interperie como si fuesen encías gastadas de un anciano moribundo, Alejandro encontró refugio, para crecer en silencio y formar parte de una historieta que nunca llegó a ser leyenda... creció con miedo a entender su verdadero origen, a quedarse dormido, a no envejecer, a sus genes... Trataba de escapar de sus angustias por medio del tibio recuerdo de los órganos que alguna vez lo protegieron, o sentado frente a ramos artificiales de cerezos, donde practicaba el “Hanamí”, consistente en el arte de contemplar las flores.

A pesar de su capacidad de abstracción, sentía necesidad de expresarse y comunicarse con sus iguales, pensaba y repensaba en las posibilidades, mientras observaba la lucha de las hormigas rojas intentando tragar una cigarra de aluminio,... recuerdo de los viajes de su madre, como becaria de la Fundación Aristóteles Cantero. Taipei, Tokio, Manila o Iquique, quedaban en la memoria materna, como experiencias apenas comparables con las visiones que había tenido en sus viajes estelares, a la constelación del toro, de Acuario y a las periferias de los agujeros negros.


Alejandro evitaba a los vecinos, zambulléndose en la oscuridad de los corredores de los arrabales. Desde la lejanía espiaba el área destinada a los inmigrantes, cuyos movimientos estaban perfectamente controlados por el Ministerio de Promoción Humana, institución que imponía un límite máximo de 15% de extranjeros en el subsuelo de las áreas urbanizadas. El grupo convivía caótica y contradictoriamente en lo que antiguamente se denominaba “El Mercado Cuatro o Mercado Persa”; donde prestaban servicio a los llamados “Osos Blancos”; ancianos terminales autorizados a usufructuar una hora de evasión semanal, durante la cual sus rostros angustiados adquirían muecas infantiles, gracias a las simpáticas ocurrencias de los marginales, incansables oradores de un hilarante dialecto, mezcla de mandarín, castellano y guaraní. Alejandro parecía asimilar sin esfuerzo lo que contemplaba piadosamente, hinchando el pecho con el aroma de las chimeneas industriales... como si pudiese oler el pasado y descubrir el aroma de los naranjos en flor.
---*---


Habían pasado varios años desde que dejaron de utilizarse los centros colectivos de “formación”, no era necesario socializarse por medio de la escuela y tener que compartir piojos y juegos con niños de la misma serie. La tecnología y la escasez de recursos se impuso y el crecimiento de los humanos se dio en forma, puramente individual y económica, ese fue el motivo para que los diálogos se perfeccionaran por medio de audífonos y micrófonos de alta definición, evitando en esa forma los contactos prematuros entre sexos opuestos, colaborando eficientemente con la práctica de las buenas costumbres y con el control de la natalidad.
En ese contexto, fue muy traumático chocar con Carlota, mujercita florecida, quien todos los viernes, tenía el hábito de pasear un perro chihuahua que alquilaba con el dinero que su abuela le depositaba cada semana en el correo.

CHOQUE FRONTAL

¡Perdón!
¡¡No Alejandro!, la culpa es de la oscuridad!
¡No fue mi intención! (repuso, mientras se retiraba iluminando el pasillo con la fosforescencia de su cara)

Carlota no mediría más de un metro sesenta centímetros, pesaría 48 kilos y calzaría 36; sus orejas aparentaban estar perfectamente implantadas, pero una de ellas parecía haber sido mordida por algún pariente impulsivo, de todas formas su melena rubia le tapaba gran parte de la cara, incluso algunos gestos rígidos, producto de una educación impersonal. Hasta hacía unos meses nadie la había vuelto a ver, solo quedaba el recuerdo de sus años de kindergarten, época en la que sus padres la llevaron en un viaje estelar.


III


Alejandro repetía las frases que su padre le confesó en sueños:
“¡Hay tres mujeres importantes en la vida de un hombre!”; esa confesión involuntaria lo intranquilizaba, ya que el resultado de su carta astral afirmaba que viviría hasta los cincuenta y un años....( con sus dieciocho, ya debería haber tenido su primer mujer)..... Luego de unos minutos de angustia, pensaba reconfortado, - ¡talvez, las tres mujeres lleguen juntas un año antes de mi muerte!


¿Porqué un solo amor?
¿Porqué no, cien amores?…cien sueños que me ayuden a transcurrir las noches solitarias, cien mujeres, cien coitos sin descanso, …y el amor, el amor… ¡a la mierda!

Con el cansancio propio de un adolescente que pierde horas en el baño, se levantó y caminó hacia la ventana, corrió la cortina y apoyó la nariz en las miles de brillantes y diminutas gotas que enfriaban el vidrio. Con indiferencia escuchó las sirenas de las fábricas que anunciaban el fin de una jornada de trabajo. Levantó la vista y observó grandes carteles luminosos flotando en el espacio; las gotas de agua caían deformando las imágenes multicolores, para luego rebotar pesadamente contra las molduras doradas de los edificios más lujosos de la cuadra. El suyo era gris y se perdía en un laberinto de monoblocks enraizados en las calles, donde la muchedumbre se esparcía amorfamente, desafiando las leyes de la convivencia.

El Desafío de internarse en la muchedumbre.

Nunca lo hubiese hecho, de no haber descubierto a Carlota, mezclada entre fotografías publicitarias de una campaña en favor de la clonación del último indio Maká... Ella parecía observarlo sonriente, afectuosamente. Su actitud le recordó que estaban en plena temporada de apareamiento de ballenas, época, en la que los humanos se acercaban al muelle del Club de Pescadores, para ver el espectáculo y para excitarse en silencio... hacía mucho tiempo, una implacable censura regía el comportamiento de los libertos.

Alejandro decidió invitar a Carlota, a visitar el templo de los Caballeros del Santo Sepulcro, un edificio que podría haber sido de la baja Edad Media, pero que no fue otra cosa más que una fábrica de heladeras. Los disidentes que lo frecuentaban, lo enaltecieron, adornándolo con el fuego de antorchas, logrando imponerlo en la negrura del paisaje; allí como si fuese arcilla, los marginales moldeaban las palabras en la búsqueda de la armonía entre los valores seculares y trascendentales, con el objeto de salir de la oscuridad y las supersticiones. En ese mismo recinto se intentaba rescatar al hombre llamado Cristo, a quién muchos confundían con el Che Guevara.
Una vez en el templo caminaron sin hablarse, y luego de superar la barrera de prejuicios que los separaba, se siguieron mutuamente en un laberinto brumoso, donde el eco de los debates filosóficos se infiltraba entre las grietas de las piedras. Alejandro corría como un arroyuelo de montaña, con la duda de estar siguiendo a Carlota, o a un recuerdo de su infancia. Poco a poco la noche se volvió fresca y el caos de sensaciones fue quedando atrás. La luz de las estrellas brillaba en los ojos de su amiga, quien sin dejar de mirar a Alejandro, se acariciaba los pechos, apenas perceptibles tras la campera de cuero negra con cuello de piel de lobo.
[2]


Alejandro se sintió poderoso y con derecho a preguntar.
- ¿Dejarías a tu esposo?
- ¡Yo no estoy casada!....apenas me planificaron una entrevista, con un tal “Andrea Dapuetto”.
- ¡eso es lo correcto!.
- No lo conozco..... tiene 43 años, y labios muy gruesos.
- ....¿ Cuándo volviste?
- ¡No recuerdo!......lo único que tengo presente son tus hábitos felinos; te veo lamiéndote las manos, los codos y rodillas, mientras yo deseaba con locura, que tu lengua de gato mojara mi espalda. (Carlota hablaba y parecía no escucharse más que a sí misma).
- ¡Me duelen!
¿Qué te duele? (preguntó Alejandro con gesto de preocupación).
¡Tal vez me lo puedas explicar! (Dijo Carlota sin dejar de masajearse los pechos).
¡No sé... yo no entiendo de medicina!
¿No te parece importante compartir este dolor conmigo?, ¿Acaso crees que podría decírselo a alguien más?
¡Pero Carlota ...yo apenas te conozco!
¡Siempre estuvimos juntos!... mis años de soledad en el espacio, se llenaban de alegría con la fantasía de imaginar tu cuerpo de kindergarten, transformándose en el hombre de Cromagnon.

Alejandro se sentó pesadamente sobre un montón de basura plástica reciclada, y observó a la rubia en el reflejo de un charco de agua que cubría sus botas. Su preocupación estaba en la imposibilidad de ocultar su erección, y en el descontrol emocional provocado por las ocurrencias y los olores de Carlota.
¡No sé que debo hacer!
No importa, no importa tontito... ¡yo te enseño!

Primero le enseñó con la boca, después con las manos. Alejandro estaba atrapado en deseos elementales
[3], recuperando el hambre de carne y jugos femeninos… allí estaba ella, a quién hacía unos instantes no se había animado a mirarle a los ojos. Turbado, recordó imágenes de revistas obscenas, y le mordió los labios desesperadamente, hasta humedecerle la cara entera... sus dedos huesudos encontraron calor en los senos dulces, y se durmieron respirando el uno del otro.
Un día volvieron a sus casas, el aire estaba más pesado que de costumbre, una fina lluvia de hollín y humedad, bañaba todo lo visible. Tuvieron que hablar entrecortados, emocionados ante la sospecha de no volver a encontrarse.
Alejandro!
¿Qué? (dijo acercándola a su cuerpo)
Se dicen tantas cosas, ¡la gente habló tanto!
¿y..?
Bueno...¡quiero estar con vos!...pero sufro enormemente...
Hay gente que dice que eres el hijo de una de las reencarnaciones que visitaba la nave en la que naciste ... se sabe que tu padre es solo el marido de tu madre.
…cuando éramos niños no me decías estas cosas.
¡Es cierto!...No confío en Rebecca.
¿Quién es ella?
Mi consejera espiritual, la que me prepara para el amor.
¿Para que me ames?
¡Vos no existís para ella!
¿Y que hay de vos?
Es el olor de tu piel... no parece tuyo.... ¡me confundís!


---*---


Los días pasaron como de costumbre y en la misma forma crecieron y se marchitaron las personas; el sol caliente desteñía las paredes grises y atravesaba las persianas rayando de luz, el cuarto de Alejandro.
Se sintió inútil y sin hambre. Se durmió para soñar a Carlota,
Como si fuese profecía la recordó junto a él, tendida dentro de un enorme caño de desagüe…la idea había sido de ella, ahí estarían seguros, tenían nueve años y ganas de estar juntos, se exploraron con la misma pasión que sus padres lo hacían con las cartas astrales. Alejandro adoraba acariciar los labios lampiños de Carlota, darla vuelta y besarle las nalgas, morderla suavemente con el último colmillo de leche… aspirarla y disfrutar del pequeño culo mal lavado.
Alejandro soñaba en paz, con la certeza que el amanecer la traería a su lado.

Decidió despertarse cuando llegaba el otoño. La ciudad se ensuciaba de color beige, un olor dulzón y levemente a podrido, invadió las calles y solamente en las grandes avenidas, donde el viento del sur gasta las paredes, el aroma de la costa marina se hacía perceptible. En los barrios deprimidos, a cincuenta metros “debajo del nivel de lo aceptable”, nunca llegaba el alivio de una brisa refrescante; la muchedumbre no guardaba la distancia establecida y los choques de las miradas eran permanentes. La fermentación de esos contactos físicos llegaba a su máximo esplendor, entre el
veinticuatro y veinticinco de abril; ni un pájaro se atrevía a volar sobre esa olla en ebullición. Los techos de los grandes monoblocks parecían contorsionarse, y solo durante las horas de oscuridad, el inmenso conglomerado dejaba de ser una mezcla de diferentes mundos, para ser una gran mancha penetrando y ensuciando la tierra.



En algún día de claridad, junto a la escollera, las personas almorzaban con las hormigas.

Ahí, el sol daba de lleno y algunos aprovechaban para revolcarse en la poca hierba que quedaba, respirándola sin dejar de observar los blancos senos de las mujeres castas. Entre teleteatros y revistas, Alejandro aprendía a desear, lo que los humanos más vulgares requieren con histeria.
Sus ojos negros descansan suavemente sobre un mantel a cuadros colorados, sin importarle las migas del bizcochuelo, que caen desde lo alto y rebotan haciendo ruidos...y así, en la espuma de la cerveza y nuevamente en los senos blancos de una mujer llamada Carlota.
Poco a poco y multiplicándose infinitamente, sus ganas lo dominaron haciendo desaparecer sus miedos. El la desea por sobre todas las cosas, y no se conforma con sentir la aspereza de su campera negra y con mirarla sin descanso.

---*---

Un día de marzo de ese año, Carlota tuvo ganas de parir.
fue repentino, aunque no sorprendente.
En su cuerpo alguien trataba de nacer.
Como la tradición lo indicaba, el niño llevaría un nombre de familia;
de haber sido mujer se hubiera llamado Carlota.
Alejandro pesó 4 kilos.
A partir de ese día... los días simplemente pasaron, la gente no tuvo que ocuparse de cosas que parecieron nunca haber sucedido.
El frío y el cansancio guardaron los pensamientos dentro de cajas de cartón prolijamente antiestéticas.

Alejandro parecía satisfecho de sentirse colmado por una sola mujer, aunque eso significase desconocer la sabiduría paterna que le hablaba de tres. Una siesta llena de paz, dormido con el hijo sobre su pecho, tuvo un sueño en el cual la vida se le representó total e instantáneamente... llegó hasta el vientre materno que tanto había buscado en sus años de desconcierto, allí, en reunión solemne, seis ángeles (tal vez acólitos de Ñamandú) le hablaron de la necesidad de germinar una nueva raza, una cultura del Bien, en la que él sería el virus transmisor... un ángel sin alas, que llegaría a la tierra habitando el cuerpo de una mujer de caderas anchas.
Fue la revelación que le permitió comprender y superar sus miedos.


Cuando despertó, no sintió ganas de vaciar su vejiga, tampoco tuvo hambre, pero tuvo la angustiosa necesidad de encontrar a Carlota para abrazarla y olvidar su sueño.
Alejandro parece no recordar el mensaje recibido; por sobre todas las cosas, se deleita viendo crecer los dientes y las alas de su niño de rostro angelical... casi en la misma medida, disfruta del puesto de galletitas dulces que tiene en la cooperativa de inmigrantes, a la cual llega a trabajar todas las mañanas, chocando su cuerpo y transpirándolo como lo haría cualquier marginal que camina confundiéndose en la masa.




[1] Ñamandú: ...”en medio de las tinieblas primigenias, Ñamandú, nuestro Padre último, último primero, se creó, a partir de una luz que se encuentra en el sitio donde va a estar su futuro corazón”. (De la cosmogonía guaraní).

[3] Deseos elementales, esa era la definición que daban en las instituciones federales de socialización, al proceso normal de maduración psico física.

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